METAFORA DEL VASO SUCIO. CERRAR CICLOS
La metáfora del vaso sucio: la
suciedad es parte del proceso cambio. Metáfora de Sara Clemente Psicóloga y
Periodista (La Mente es Maravillosa)
Para dejar limpia una superficie
llena de barro, lo mejor es echar un producto especializado que pueda quitar
esa suciedad. Sin embargo, en ese proceso, ¡la superficie parece estar aún más
sucia! Lo mismo pasa cuando necesitamos hacer una limpieza interior...La
metáfora del vaso sucio: la suciedad es parte del proceso cambio
Las figuras retóricas son una
gran ayuda para entender la compleja realidad que nos rodea. Hipérboles,
anáforas, comparaciones o alegorías. Todas ellas útiles e ilustrativas. En este
caso, le ha tocado el turno a una metáfora, que, sin duda, nos va a hacer
reflexionar: la metáfora del vaso sucio.
Antes de proceder a desgranarla,
os planteamos una pregunta que quizá nunca os hayáis hecho. ¿Cómo puede ser que
algunos psicólogos defiendan que para “limpiarnos” por dentro tengamos que
estar “sucios” durante un tiempo? ¡Te lo contamos!
Imagina que tener un vaso limpio
y totalmente transparente fuera crucial para ti. Imagina también que ahora no
estuviera en este estado, sino que, por el contrario, estuviera sucio. Querrías
limpiarlo, quitarle esa suciedad. Sin embargo, durante ese proceso de limpieza
pasa algo realmente curioso.
En el momento en el que echamos
agua para limpiarlo, el vaso puede darnos la sensación de estar aún más sucio
que al principio. El agua se pone turbia y puede proyectar la idea de estar
manchando aún más el cristal.
Sin embargo, después de lavarlo,
el vaso queda perfectamente limpio y transparente. Por tanto, la secuencia de
la metáfora del vaso sucio es: suciedad, más suciedad y limpieza. ¿Te habías
parado a pensarlo?
La suciedad es parte del proceso
de cambio
Resulta una auténtica paradoja
como, para poder conseguir un vaso limpio, en ocasiones haya que ensuciar más
durante el proceso de limpieza. Pero esa suciedad es necesaria y tiene mucho
valor; en el fondo ya existía, lo que has hecho es hacerla visible para poder
terminar con ella.
De hecho, esta metáfora del vaso
sucio es muy útil para explicar el proceso de cambio. Una transformación
entendida como una etapa que a veces nos genera mucha confusión, dudas, tensión
e incertidumbre. Es decir, que nos suscita sentimientos y emociones que nos
“embarran” y que sacan a flote mucha “suciedad”. Pero que, al final, terminan
marchándose si realizamos bien el proceso.
Paso 1: identificar la suciedad
Como en la propia limpieza del hogar, el primer paso es el que más cuesta. Cuando decidimos limpiar el vaso, es que hemos apreciado previamente su suciedad. Siguiendo el paralelismo con nuestro propio proceso de cambio, sería el momento de echar un vistazo a nuestro interior. Es decir, sumergirnos en nosotros y valorar qué tenemos dentro que nos está haciendo daño.
Qué nos “mancha”, qué nos está
“ensuciando” y qué no nos permite estar tranquilos y “limpios”. Requiere
observación y reflexión. Una vez que tenemos claro qué queremos limpiar en
nuestro interior, comienza el momento de ponernos en marcha. ¡Pasamos al
centrifugado!
Paso 2: proceso de limpieza
Una vez que somos conscientes de
que tenemos “suciedad” en nuestro interior, en forma de miedos, temores,
emociones, situaciones o pensamientos que nos consumen y nos entorpecen día a
día, es momento de decirles adiós. Empieza la limpieza de la metáfora del vaso
sucio. Este proceso no suele ser rápido y, en ocasiones, tampoco sencillo.
Cuando nos enfrentamos a elementos emocionales que han permanecido estancados
en nuestro interior durante mucho tiempo, la tarea de deshacernos de ellos va a
poner a prueba nuestra voluntad.
Ese proceso de reflexión, de
introspección, de ser consciente de, suele estar repleto de incertidumbre. Por
momentos, todo lo vemos negro, nos encontramos contaminados, sucios, manchados…
Pero, aunque parezca mentira, ¡es una buena señal! Estamos frotando y quitando
lo que tenemos incrustado. Es decir, el producto de limpieza está haciendo su
trabajo.
A pesar de que durante ese
tiempo, parece que los problemas incluso se hacen más grandes, son insalvables
y nos van a perseguir para siempre, eso no está pasando. Estamos removiendo los
restos de suciedad de las paredes de nuestro vaso, con el objetivo de que se
vayan.
Paso 3: Aclarado
Una vez que tenemos nuestros
problemas flotando en el agua tibia, es momento de enjuagarlos. Y para ello, es
preciso valorar cómo “aclararlos” para que no vuelvan. Cada proceso de aclarado
es igualmente único y exclusivo de cada persona. Algunas personas necesitan
verter toda el agua al desagüe de una sola vez y rápido. Otras, por el
contrario, pueden preferirlo hacerlo poco a poco y más lentamente.
Para terminar esta reflexión
sobre la metáfora del vaso sucio puede ser muy conveniente que durante este
proceso de limpieza busques la ayuda de un profesional. El terapeuta puede ser
un compañero muy valioso en esta tarea tan desagradable, especialmente con
aquella suciedad más incrustada.
CERRAR CICLOS (
Cuando hablamos de CICLOS nos
referimos a los procesos de la vida que
COMIENZAN,
SE DESARROLLAN y
CONCLUYEN.
Así, aunque en la práctica nada
termine del todo realmente, es importante
aprender a cerrar ciclos cuando se agote el proceso, para seguir adelante y
evitar quedarnos estancados.
Para ello, antes de nada hay que
saber diferenciar entre el hecho de cerrar ciclos y el de tener una pérdida. El
cierre de grandes etapas de la vida supone pérdidas e implica duelos, pero no
tiene el carácter súbito o profundamente doloroso que comportan las pérdidas
como tal. Por lo tanto, el cierre de un ciclo comprende pérdidas, pero estas no
necesariamente incluyen un cierre de ciclo.
“Un gran error es arruinar el presente recordando un pasado que ya no
tiene futuro”.
-Autor anónimo-
Ahora bien, lo importante de
cerrar ciclos es que incide de manera
directa en lo que se hará en un futuro. Si el ciclo, sea cual sea,
permanece abierto, interfiere con el avance personal. Es como dejar una llave
que gotea sin repararla y esperar a que esto no incida en el costo económico y
ecológico del agua. Veamos cuáles son algunos de esos caminos para cerrar
ciclos.
Para cerrar ciclos, lo primero es dejar ir
Los seres humanos tendemos a
aferrarnos a lo conocido, por más negativo que sea. La costumbre es una fuerza
muy poderosa que nos impulsa a mantenernos en la inercia. Se percibe como si
fuera más fácil soportar lo malo conocido, que emprender la aventura de lo
bueno por conocer.
Por lo anterior, suele haber una
resistencia a cerrar ciclos. Hay una parte de nosotros que quisiera seguir en
lo mismo y no experimentar ninguna incertidumbre frente a lo nuevo.
De ahí que la primera tarea sea
la de dejar ir. Un ciclo se cierra cuando el proceso ya se completó y solo
quedan restos del mismo. El cierre solo puede hacerse de manera consciente. Es
posible que ya no haya algo a qué aferrarse, pero mentalmente seguimos
conectados a ello. Dejar ir es una forma
de reconocer la nueva realidad.
Despedirse y hacer un balance
Aunque cerrar ciclos se refiera a
abandonar realidades que nos hacen daño, siempre originará un duelo. Por lo
tanto, es necesario permitirnos vivir esa tristeza que traen consigo los
finales y despedirnos de esa realidad que está por desaparecer. La mejor manera de hacerlo es construyendo
una memoria sobre lo vivido.
Los ciclos no se cierran metiendo
la cabeza en la tierra como un avestruz. Ni dando la espalda a lo que sucede
para evitar sentirnos mal. Lo mejor es
repasar, paso a paso, cada una de las vivencias que formaron parte de ese
proceso. Identificar el comienzo, los momentos más relevantes y las sensaciones
que experimentamos.
A partir de esto se puede hacer
un balance, una evaluación de las vivencias positivas, y también complicadas,
que hubo en ese ciclo.
Qué se aprendió y qué no.
Qué aportó a nuestro crecimiento y
cómo contribuyó a nuestras limitaciones.
Esta es la mejor manera de decir
adiós.
El momento de emprender
El principal objetivo de cerrar
ciclos es ponernos en paz con el pasado inmediato, para seguir adelante sin que
lo vivido nos afecte, ni invada nuestro presente. Todo final implica también un
comienzo. Ese comienzo debe ser el foco de nuestra atención y nuestro interés.
Lo nuevo no tiene por qué asustarnos. Es normal que implique un
desequilibrio inicial, pero en relativamente poco tiempo comenzará a revelar
sus bondades. Movernos de lo conocido a lo incierto siempre tiene un toque de
aventura y supone aprendizajes, sorpresas y, por supuesto, adaptaciones. La
mayoría de las veces, los cambios nos dan mucho más de lo que nos quitan.
Hay que abrazar al cambio como a un nuevo amigo. Hay que ver un
nuevo ciclo como la oportunidad para poner en práctica lo aprendido en el
anterior y para ampliar lo que ya sabemos, pulir lo que está en bruto o dar un
viraje para crecer.
Cerrar ciclos es vital para nuestra salud mental. De no hacerlo,
vamos a sentirnos atiborrados y confundidos frente al futuro. A lo que se fue,
hay que darle una sepultura de primera y decirle adiós. A lo nuevo hay que
recibirlo con los brazos abiertos y una bienvenida en el corazón.
Hasta aquí este post. Ahora les corresponde a ustedes refelexionar.
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